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martes, 11 de febrero de 2014

De la Amistad (adaptado)

La afección hacia las mujeres, aunque nazca de nuestra elección, tampoco puede equipararse a la amistad. Su fuego, lo confieso,

neque enim est dea nescia nostri
    Quae dlcem curis miscet amaritiem,
 [...no me desconoce la diosa       
      que mezcla la dulce amargura con las
           preocupaciones: CATULO 68, 17-18].

es más activo, más fuerte, más rudo, pero es un fuego temerario, inseguro, ondulante y vario; fuego febril, sujeto a accesos e intermitencias que no se apodera de nosotros más que por un lado. En la amistad, por el contrario, el calor es general, igualmente distribuido por todas partes, atemperado; un calor constante y tranquilo, todo dulzura sin asperezas, que nada tiene de violento ni de punzante. Más aún, el amor no es más que el deseo furioso de algo que huye de nosotros:

Come segue la lepre il cacciatore
            Al freddo, al caldo, alla montagna, al lito;
  Ne più l'estima poi che presa vede
         E sol dietro a chi fugge affretta il piede.
          [Son como el cazador que trae seguida
             liebre, que al hielo y sol bien la ha corrido,
y presa, como cosa vil desprecia,
      y solo a quien le huye quiere y precia:
                   Ludovico ARIOSTO, Orlando furioso 10, 7].

Luego que se convierte en amistad, es decir, en el acuerdo de ambas voluntades, se borra y languidece; el goce ocasión su ruina, como que su fin corporal y se encuentra sujeto a sociedad. La amistad, por el contrario, más se disfruta a medida que más se desea; no se alimenta ni crece sino a medida que se disfruta, como cosa espiritual que es, y el alma adquiere en ella mayor finura practicándola. He preferido antaño otras fútiles afecciones a la amistad perfecta, y también La Boëtie rindió culto al amor; sus versos lo declaran demasiado. Así es que las dos pasiones han habitado en mi alma, y he tenido ocasión de conocer de cerca una y otra; actualmente considero que en mi espíritu de la amistad mira de un modo desdeñoso y altivo al amor y le coloca bien lejos y muchos grados por debajo.

En cuanto al matrimonio, sobre ser un mercado en el cual sólo la entrada es libre, si consideramos que su duración es obligatoria y forzada, y dependiente de circunstancias ajenas a nuestra voluntad, ordinariamente obedece a fines bastardos; acontecen en él multitud de accidentes que los esposos tienen que resolver, los cuales bastan a romper el hilo de la afección y a alterar el curso de la misma, mientras que en la amistad no hay cosa que le ponga trabas por ser su fin ella misma. Añádase que, a decir verdad, la inteligencia extraordinaria de las mujeres no contemplen los goces de la amistad; ni el alma de ellas es bastante firme para sostenerse la resistencia de un nudo tan apretado y duradero. Si así no aconteciera, si pudiera establecerse una asociación voluntaria y libre, de la que no sólo las almas participaran sino también los cuerpos, en que todo nuestro ser estuviera sumergido, la amistad sería más cabal y viva. Pero no hay ejemplo de que el hombre y la mujer, mujer y hombre puedan ser amigos de forma duradera sin que uno declare afección, y los antiguos filósofos declaran incapaz de profesarla.

En el amor griego, justamente condenado y aborrecido por nuestras costumbres, la diferencia de edad y oficios de los amantes tampoco se aproximaba a la perfecta unión de la que vengo hablando:
<<Quis est enim iste amor amicilitae?
Cur neque deformem adolescentem quisquam amat, neque formosum senem?>>
[¿Pues qué es el amor de amistad?
¿Por qué nadie ama ni a un muchacho deforme ni a un viejo hermoso?:
CICERÓN, Tusc. 4, 70].

La Academia misma no desmentirá mi aserto, si digo que el furor primero inspirado por el hijo de Venus al corazón del amante hacíale objeto de la flor de una tierna juventud, en el que eran lícitos todas las insolencias apasionadas, todos los esfuerzos que pueden producir un ardor inmoderado,estaba siempre fundamentado en la belleza exterior, imagen falsa de la generación corporal. La afección no podía fundamentarse en el espíritu, del cual estaba todavía oculta apariencia, antes de la edad es que su germinación principia. Si el furor de que hablo se apodera de un alma grosera, los medios que ésta ponía en práctica para el logro de su fin eran las riquezas, los presentes, los favores, otras bajas mercancías, que los filósofos reprueban. Si la pasión dominaba a un alma generosa, los medios que ésta empleaba eran generosos también; consistían entonces en discursos filosóficos, enseñanzas que tendían al respeto de la religión, a prestar obediencia a las leyes, a sacrificar los males por la vida del bien de su país, en una palabra, ejemplos de Valor, Prudencia y Justicia. El amante procuraba imponer la gracia y belleza de su alma, acabada ya la de su cuerpo, esperando así fijar la comunicación moral, más firme y duradera. Cuando este fin llegaba a la sazón (pues lo que no exigían del amante en lo relativo a que aportase discreción en su empresa, exigíanlo en el amado, porque este necesitaba juzgar de una belleza interna de difícil conocimiento y descubrimiento abstruso), entonces nacía en el amado el deseo de una concepción espiritual por el intermedio de una belleza espiritual también. Esta era la principal; la corporal era accidente y secundaria, al contrario del amante. Por esta causa prefieren al amado, alegando como razón que los dioses le dan también la primacía, y censuran mucho al poeta.

Después de esta comunidad general, la parte principal de la misma, que predominaba y ejercía en sus oficios, dicen que producía utilísimos frutos en privado y en público; que era la fuerza del país lo que acogía bien el uso y la principal defensa de la equidad y de la libertad. En suma, todo cuanto puede concederse en honor a la Academia es asegurar que era el suyo un amor que acaba en amistad, idea que no aviene mal con la definición estoica del amor:
<<amorem conatum esse amicitiae faciendae ex pulchritudinis specie>>
[(Los estoicos definen) El amor como el intento de entablar amistad por la figuración de la belleza:
CICERÓN, Tusc. 4, 72].

Y vuelvo a mi descripción de una amistad más justa y mejor compartida:
<<Omnino amicitiae, corroboratis iam confirmatisque ingentiis et aetatibus, iudicandae sunt>>
[No se han de juzgar las amistades hasta que los caracteres se hayan desarrollado y confirmado con los años: CICERÓN, Lael. Am. 74].

Lo que ordinariamente llamamos amigos y amistad no son más que uniones y familiaridades trabadas merced a algún interés o merced a la casualidad por medio de los cuales nuestras almas se relacionan entre sí. En la amistad de que yo hablo, las almas se enlazan y confunden una con otra de modo tan íntimo, que se borra y no hay medio de reconocer la trama que las unes. Si se me obligara a decir por qué yo quería a La Boëtie, reconozco que no podría contestar más que respondiendo: porque era él y porque era yo.

No tenían tiempo que perder, ni necesitaban tampoco acomodarse al patrón de las amistades frías y ordinarias, que precisan tantas precauciones de dilatada y preliminar conversación. en la amistad nuestro no había otro fin extraño que le fuera ajeno, con nada se relacionaba que no fuera con ella misma; no obedeció a tal o cual consideración, ni a dos ni a tres ni a cuatro ni a mil; no sé qué quinta esencia de todo reunido, la cual habiendo arrollado toda mi voluntad condújola a sumergirse en la suya con una espontaneidad y un ardor igual en ambas. nuestros espíritus se compenetraron uno en otro; nada nos reservamos que nos fuera peculiar, ni que fuese suyo o mío.

Tan unidas marcharon nuestras almas, con cariño tan ardiente se amaron y con afección tan intensa se descubrieron hasta lo más hondo de las entrañas, que no sólo conocía yo a su alma como la mía, sino que mejor la hubiera fiado en él que en mí mismo.

Que no se incluyan en este rango esas otras amistades corrientes; yo he mantenido tantas como cualquiera otro, y de las más perfectas en su género, pero no aconsejo que se confundan, pues se padecería un error lamentable. Es preciso proceder en estas uniones con prudencia y precaución; el enlace no está anudado de manera que no haya nada que desconfiar. <<Amadle,-decía Quilón- como si algún día tuvierais, que amarle>>. Este precepto, que es tan abominable en l amistad primera de que hablo, es saludable en las ordinarias, y corrientes, a propósito de las cuales puede empelarse una frase familiar a Aristóteles: <<¡Oh amigos míos, no hay ningún amigo!>>

La entera compenetración de nuestras voluntades es suficiente, pues del propio modo que la amistad que yo profeso no aumenta por los beneficios que hago en caso de necesidad, digan lo que quieran los estoicos, y como yo no considero como mérito el servicio proporcionado, la unión de tales amistades siendo verdaderamente perfecta hace que se pierda el sentimiento de semejantes deberes, al par que alejar y odiar entre ellas esas palabras de división y diferencia, acción buena, obligación, reconocimiento, ruego, agradecimiento y otras análogas. siendo todo común entre los amigos: voluntades, pensamientos, juicios, bienes mujeres, hijos, honor y vida; no siendo su voluntad sino una sola alma en dos distintos cuerpos, según la definición exacta de Aristóteles, nada pueden prestarse ni nada tampoco darse.

este ejemplo es bien concluyente, y sería practicado si no hubiera tantos amigos en el mundo. La perfecta amistad es indivisible: cada uno se entrega por completo a su amigo,que nada le queda para distribuir a los demás; al contrario, le entristece la idea de no ser doble, triple o cuádruple; de no ser dueño de varias almas varías voluntades para confiarlas todas a una misma amistad. Las amistades comunes pueden dividirse; puede estimarse en unos la belleza, en otros el agradable trato, en otros la liberalidad, la paternidad, la maternidad, la fraternidad, en otros la liberalidad, y así sucesivamente; mas la amistad que posea el alma y la gobierna como soberana absoluta, es imposible que sea doble. si dos amigos pidieran ser socorridos, ¿a cuál eligirías? La principal y única amistad rompe toda otra obligación.

Mihi sic usus est; tibi, ut opus est facto, face.
[yo tengo que actuar así; tú obra como te sea necesario:
TERENCIO, Haut. 80].

Por Montaigne

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